Vi ayer en el cine la película Los traductores. Fui con una amiga que también es editora como yo y es posible que la percepción de alguien ajeno al mundo editorial pueda ser distinta a la que tuvimos nosotras.
El tercer libro de una trilogía de gran éxito comercial va a ser lanzado al mercado simultáneamente en nueve idiomas. Para ello, el editor francés selecciona a los nueve traductores y, previa firma de un contrato de confidencialidad, los aloja en un búnker situado en el sótano de una finca aislada. Deberán permanecer allí dos meses, sin contacto con el exterior, sin conexión a internet y sin móviles. Cada día les entregan para traducir 10 páginas de las 400 que tiene el libro. Pero cuando las primeras 10 páginas se filtran en redes sociales, los traductores empiezan a vivir una pesadilla. El editor está dispuesto a lo que sea para descubrir cuál de ellos es el que está filtrando la novela.
Aunque pueda parecer raro, lo de reunir a un grupo de traductores en un mismo lugar, hacerles firmar un contrato de confidencialidad y prohibirles usar internet y los móviles mientras están traduciendo, es algo real. Yo misma he visto a uno de estos grupos de traductores en una sala junto a mi puesto de trabajo, con un guardia de seguridad en la entrada y taquillas fuera donde dejar móviles, bolsos, chaquetas... Evidentemente, esto solo se hace en casos especiales, best sellers de autores famosos y que se quieran lanzar al mercado el mismo día en todo el mundo, y solo se les mantiene aislados durante la jornada laboral.
Lo que ya nos pareció irreal en la película, incluso a nosotras, es que los encierren en un búnker las 24 horas del día y con unos guardias de seguridad que parecen sicarios o carceleros.
A partir del momento en que el editor recibe el primer mensaje exigiéndole dinero a cambio de no filtrar más páginas del libro, la trama se va convirtiendo en una locura surrealista, y la sensación de que todo está demasiado exagerado era cada vez más intensa. Durante un rato la película solo mantuvo mi interés por la curiosidad de saber quién estaba filtrando la novela. El director utiliza un recurso interesante, que es intercalar de vez en cuando en la trama unas escenas en una sala de visitas de una cárcel, donde el editor habla con uno de los traductores, que no sabemos quién es porque se mantiene siempre en pantalla un plano frontal del editor, y solo se le oye hablar a él preguntándole al traductor cómo lo hizo.
Pero en un momento dado la película da un giro total. Vemos quién es el traductor que está en la sala de visitas de la cárcel, y empieza a contar cómo lo hizo. Y a partir de ese giro, todo lo que me había parecido exagerado empieza a tener sentido dentro de la trama (aunque siga siendo irreal... afortunadamente los editores no somos como Eric Angstrom!!!). La película tendrá otro giro brutal antes del final.
A pesar de que durante un rato pensé que la película no me estaba gustando, en conjunto y gracias a los dos giros sorprendentes que tiene, como thriller me funciona y sí que me gustó.
Como dato curioso, el actor que interpreta al traductor de español es Eduardo Noriega.
Los traductores se estrenó en Francia en diciembre de 2019 y en España en marzo de 2021. De momento, solo se puede ver en cines.
Actualización 2022: Los traductores está disponible en suscripción en MOVISTAR y en alquiler en FILMIN, APPLE TV, RAKUTEN TV y GOOGLE PLAY.
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